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martes, 7 de noviembre de 2023

Tema 3. El reinado de Felipe III

 

 

 

Os adjunto la clase virtual sobre el reinado de Felipe III y abajo apuntes sobre las dos cuestiones más importantes, para que hagáis una lectura y confeccionéis los vuestros propios:



El régimen de validos. El gobierno del duque de Lerma


La práctica del valimiento surge con los Austrias menores, probablemente influidos por la carga de gobierno, y por su propia incapacidad lo que les lleva a buscar un sistema que delegaba su poder en un ejecutivo unipersonal. 

Así, los válidos son ministros principales omnipotentes que gozaban de la amistad del monarca, lo cual constituía su distintivo de autoridad y su mérito principal para el cargo. Era un cargo no compartido y la procedencia social de estos válidos era de rango elevado, generalmente de la alta aristocracia.

Los válidos dirigían y controla todo el aparato político e intentaban por todos los medios consolidar su posición marginando al cuantos podían ejercer influencia en el monarca, fortaleciendo a su entorno extendiendo el patronazgo y clientelismo entre sus allegados, acaparando cargos y puestos clave, en un entramado que generaba gran corrupción e implicaba un ascenso social importante entre sus clientes.

A diferencia de los secretarios, el cargo del valido gozaba de mayor contenido político, manejaba los consejos y tenía absoluto control sobre los escritos y resoluciones del gobierno. El ascenso del valido comportó el declive del secretario, que era una figura clave en la administración, especialmente de Felipe II. A diferencia de los validos los secretarios eran generalmente burócratas sin ambición política y especialmente cualificados, cuya extracción social procedía de la pequeña nobleza.

Varias causas motivaron la caída del régimen de válidos o valimiento: la falta de institucionalización de su labor, el abuso de los instrumentos de gobierno que acababa marginando a los consejos, la imposición de sus intereses particulares por encima de los generales del reino y finalmente, la corrupción que desencadenaron la mayor parte de ellos.

Las características del valimiento se reúnen de manera ejemplar en la figura de Francisco Gómez de Sandoval y Rosas, marqués de Denia y elevado prontamente a la categoría de Duque de Lerma.

Amigo íntimo del rey, era escasamente acto o para el ejercicio del poder y a la edad de 45 años carecía de experiencia política. Lerma utilizará el poder para adquirir fortuna personal y conservarla.

Acumuló cargos importantes en la casa real monopolizando el acceso al monarca y reservando cargos secundarios para distribuirlos entre sus familiares y clientes y elegir una barrera frente a sus rivales. Con este entramado consiguió aislar al monarca de la influencia de sus opositores a la vez que favorecerá sin pudor alguno a sus parientes.

Ocupará el cargo durante 20 años en los cuales defiende una política de paz y de no intervención en los asuntos del norte de Europa, política deseable, pero que carecía de convicción moral al ser Lerma quien la propugnaba. Además, dejó pasar la oportunidad que ofrecía la paz para poner en práctica medidas de ahorro y reforma y, al contrario daba mal ejemplo con su extravagancia privada y despilfarro público.

Sus detractores empezaron a tomar fuerza a medida que aumenta el desgaste de su figura de cara a la opinión pública e incluso el propio rey comienza a la evidencia las deficiencias de Lerma y a constatar la insatisfacción existente en el país con su figura.

En un intento un desesperado de fortalecer su posición consiguió que Roma le designara para el cardenalato, pero al no mantener la confianza del rey se vio obligado a retirarse a sus propiedades de Lerma, al sur de Burgos, donde murió el 17 de mayo de 1625.

Al Duque de Lerma le sucede su propio hijo mayor, Cristóbal, duque de Uceda al que Lerma había promocionado, pero que a la postre se había convertido en un importante detractor.

Inicialmente uno tenga la misma delegación de poder que su Padre, y la intención del rey fue que los consejos no dependieran tan estrechamente de Uceda como habían repetido de Lerma.



Sin embargo, al poco tiempo, Uceda llegaría controlar el funcionamiento o de los consejos el nombre del rey, aunque su posición nunca estuvo tan claramente definida como la de Lerma. Carecía de dotes políticas y su régimen eran un tanto anodino, sin saber si realmente era un hombre de paja tras el que actuaban otros consejeros.




La expulsión de los moriscos y sus consecuencias socio-económicas

Durante el reinado de muy serio en empeoramiento de la economía y del nivel de vida en los años 1604 y 1605, hizo que se hiciera más acentuado el resentimiento existente contra los moriscos, cuyas expulsión suponía para muchos liberar a España de un grupo que desde hace tiempo se consideraba como enemigo nacional y a la vez defender la ortodoxia religiosa, reforzando el poder y prestigio castellanos.

El problema fundamental que planteaban los moriscos era el de la integración: seguía siendo un mundo aparte con su propia lengua y religión y una forma de vida que se basaba en la ley islámica. En Aragón y Valencia constituían de hecho un auténtico enclave del islam en España que se resistía a la cristianización y a la hispanización, con sus propios líderes y su clase dirigente.

El debate político se circunscribía a los grupos políticos de la iglesia y el estado. Algunos representantes de la iglesia como Fray Luis de Aliaga, el confesor real y los obispos de Tortosa y Orihuela salieron en defensa de los moriscos “bien dispuestos” y de los auténticos conversos. En cambio otros como Jaime Breda, fraile dominico o el más exaltado Juan de Ribera eran partidarios de la expulsión. En General este tipo de opiniones no era bien recibidas en Roma y no eran compartidas por gran parte del clero, que se mostraba partidario de una política de asimilación paciente, ni por la iglesia como institución que no tenía una opinión oficial.

También en los círculos del gobierno la opinión estaba dividida entre los que como Idiáquez reclamaban su expulsión total y los que veía como los ojos los argumentos del duque del infantado de una expulsión discriminada y no masiva.

Obviamente, los principales defensores de los moriscos eran la aristocracia de Aragón y Valencia en cuyas propiedades trabajaban como tendentes o vasallos, aunque otro grupo de propietarios de haciendas humorísticas, rentistas urbanos , el clero y órdenes religiosas que obtenían rentas muy bajas tenían interés en librarse de los tenentes moriscos para tener mayor rentabilidad de la tierra. La mayor parte de campesinos castellanos sentía envidia y resentimiento hacia sus rivales moriscos y los consideraba satélites de la aristocracia y terratenientes.

En la raíz del problema morisco había una cuestión demográfica. En vísperas de su expulsión la población morisca de España era de 319.000 personas de un total de ocho millones de habitantes, aunque no estaban concentrados de manera uniforme por toda la península. Más del 60% se hallaban concentrados en el cuadrante sur oriental de la península. A ello se añadía que su tasa de crecimiento o era mucho mayor que la de los cristianos y techo el rápido crecimiento de los moriscos de Valencia y Aragón no tardó en amenazar con restablecer el equilibrio de poder entre las dos comunidades y, tal vez, incluso de decantar la balanza a favor del islam.

Sin embargo, es difícil determinar las razones precisas de su expulsión y la decisión no parece que fuera consecuencia simplemente de la presión demográfica.

El nueve de abril de 1609, Felipe III aceptando la opinión del Consejo de Estado se decidió a expulsar a los moriscos de todo el conjunto de España, comenzando por Valencia. Aún con ciertas protestas de los terratenientes de Valencia o los de Aragón, la expulsión se llevaría a cabo y en general sin incidentes a excepción de algunas insurrecciones muy localizadas en Valencia, , sofocadas por los tercios y la milicia local.

En 1609 fueron expulsados la mayor parte de los moriscos y en los años siguientes se expulsará a rezagados y huidos de forma que para 1614 habían sido expulsados 275 000 moriscos en todo el país.

En su mayor parte se habían trasladado al norte de áfrica, a Marruecos, Orán, Argel y Túnez. Algunos también lo habían hecho a Salónica y Constantinopla. Se estima que tal vez fueron unos 10.000 los que consiguieron permanecer en España.

Sin duda la expulsión constituyó una pérdida de capital y mano de obra, pues a pesar de los reglamentos que lo entendían, los moriscos vendieron una gran parte de sus propiedades y se llevaron consigo el dinero obtenido de la relación, pero resulta imposible cuantificar esa evasión de capital.Lo que sí está constatado es que la pérdida demográfica fue significativa y que además muchos de ellos constituían un porcentaje importante de población activa lo que lleva aquí algunos profesiones si vieran especialmente afectadas por la escasez de mano de obra caso de la producción de seda, horticultura o el transporte y , en consecuencia por la elevación de los salarios ante la falta de mano de obra.

La expulsión supuso la suspensión de créditos hipotecarios otorgados a los moriscos y serían un nuevo golpe para las capas medias de la sociedad española y un nuevo desincentivo para la inversión en una agricultura descapitalizada.

Los grandes Señores de Valencia y Aragón en particular, verán mermadas sus fortunas con la expulsión de un número muy importante de sus vasallos, a pesar de las compensaciones que consiguen en forma de tierra y ventajas financieras para paliar esas pérdidas. 

La expulsión fue una medida decidida y ejecutada por Castilla y su repercusión fue desigual. Las mayores consecuencias se reflejarán en Aragón y Valencia. En Cataluña, en cambio, había pocos moriscos y no se verá prácticamente afectada.

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